domingo, 22 de noviembre de 2015

REFLEXION DEL PAPA FRANCISCO EN LA FIESTA DE CRISTO REY DEL UNIVERSO

Evangelio: Juan 18, 33b-37
"Tú lo dices: soy rey"
En aquel tiempo, dijo Pilatos a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilatos replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí".
Pilatos le dijo: "Conque, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz".
REFLEXIÓN:
En la Solemnidad deCristo Rey del Universo que la Iglesia celebra hoy, el Papa Francisco reflexionó sobre la necesidad que tiene el cristiano, como lo hizo el buen ladrón, de entender que la fuerza del reino del Señor es el amor, y que Él se revela como soberano en el “fracaso” de la cruz en el calvario.
Ante miles de fieles presentes, el Santo Padre explicó que “decir que ‘Jesús ha dado su vida por el mundo es verdad, pero es más bello decir: ‘¡Ha dado su vida por mí! Y hoy en la Plaza, cada uno de nosotros, diga en su corazón: ‘¡Ha dado su vida por mí!, para poder salvarnos a cada uno de nosotros de nuestros pecados”.
“Esto, ¿quién lo entendió? Lo entendió bien uno de los dos ladrones crucificados con Él, llamado el ‘buen ladrón’, que le suplica: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino’ (Lc 23,42). Pero este era un malhechor, era un corrupto y estaba ahí condenado a muerte por todas las maldades que había hecho en su vida, pero ha visto en la actitud de Jesús, en la humildad de Jesús el amor. Y esta es la fuerza del reino de Cristo: el amor.
Tras afirmar que Cristo se ha revelado como rey en la cruz, el Papa indicó que quien la mira “no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor, pero alguno de ustedes podría decir: ‘pero, ¡Padre, esto ha sido un fracaso!’ Es justamente en el fracaso del pecado –el pecado es un fracaso–, en el fracaso de la ambición humana, que podemos ver el triunfo de la cruz, ahí está la gratuidad del amor”.
“En el fracaso de la cruz se ve el amor, este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que se presenta como el cumplimiento de una vida donada en la total entrega de sí en favor de la humanidad”, prosiguió.
“En el Calvario, los presentes y los jefes se burlan de Jesús clavado en la cruz y le lanzan el desafío: ‘¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!’ (Mc 15,30). ‘¡Sálvate a ti mismo!’. Pero paradójicamente la verdad de Jesús es aquella que en forma de ironía le lanzan sus adversarios: ‘¡No puede salvarse a sí mismo!’ (v. 31)”.
El Papa precisó luego que “si Jesús hubiese bajado de la cruz, habría cedido a las tentaciones del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvarse a sí mismo justamente para poder salvar a los demás porque ha dado su vida por nosotros, por cada uno de nosotros”.
Cuando Jesús se presenta ante Pilatos como rey de un reino que “no es de este mundo”, esto “no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otro modo, pero es rey en este mundo”.
“Se trata de una contraposición entre dos lógicas: la lógica mundana que se apoya en la ambición, en la competencia, en el combate con las armas del miedo, del chantaje y la manipulación de las conciencias. La lógica del Evangelio, es decir la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y en la gratuidad, se afirma silenciosa pero eficazmente con la fuerza de la verdad”.
Contemplando al buen ladrón, prosiguió el Santo Padre, “digamos todos juntos lo que ha dicho el ‘buen ladrón’: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino’. Todos juntos: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando estarás en tu reino’. Pidámosle a Jesús, cuando nos sintamos débiles, pecadores, derrotados, mirémonos y digamos: ‘Pero, Tu estas ahí. No te olvides de mí’”.
Al concluir su reflexión, el Papa Francisco animó a que “ante tantas laceraciones en el mundo y tantas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María que nos sostenga en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, comprensión y misericordia”.

sábado, 21 de noviembre de 2015

"Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección"

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 20, 27-40

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ´de quien será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casaran.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. 
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todo, en efecto, viven para él "
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien". Y ya no se atrevían a preguntarle nada.

REFLEXIÓN:

En nuestra profesión de fe, el credo, afirmamos CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE Y LA VIDA ETERNA. ¿pero que és la resurrección?.

TE INVITAMOS A REVISAR EL NUEVO CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA:

Cómo resucitan los muertos

997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

998 ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn12, 2).

999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos" (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción [...]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).

VISITA EL NUEVO CATECISMO EN ESTA SECCION PARA PROFUNDIZAR MAS (HAZ CLIK AQUI) 

A LA LUZ DE CRISTO AMIGO
COMISION DE CATEQUESIS



sábado, 7 de noviembre de 2015

«Yo os digo: Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas"

Evangelio (Lc 16,9-15): "En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Yo os digo: Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero».
Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios».

REFLEXIÓN:

Ayer Jesus el Maestro alababa al administrador injusto al ser astuto en sus relaciones. Y reconocía que los hijos del mundo son más astutos que los hijos de la luz. Hoy, el mismo se hace autoridad de su palabra cuando antes de expresar dice  YO OS DIGO.
El que es la Ley y los profetas, El que es Dios  afirma: «Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas..." Y es que el sistema encasilla a empresarios, profesionales, etc a obtener de una forma u otra enriquecimiento injusto sobre la base de relaciones laborales injustas.
Y es que en la injusta distribución de la riqueza toda acumulación de riqueza en sí misma ya es injusta.

Los cristianos llamados a la mesura han de colocar los excesos en manos de quienes más los necesitan: Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero?. Y es que hay que ser y actuar como cristianos, FIELES a la doctrina en la administración del dinero injusto, orientando ese dinero a la justicia misma donde pertenece, sino "¿quien confiará lo verdadero?" pregunta el Maestro y es que hay una ética que el cristiano se obliga en la función o cosa pública emanada de la moral misma. 

Esa moral que  exige también el Maestro a cada uno: Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero», por tanto no es que alabe al desfalco o a la estafa, a la apropiación ilícita, la ambición desordenada, la avaricia nunca puede ser avalada.  La honradez esta interrelaciones con la honestidad, con el vivir con el decoro dignamente y de acuerdo al estatus adquirido pero con sobriedad y prudencia ocupándonos y siempre de las obras de misericordia. Astutos en las relaciones humanas, sobrios y prudentes en nuestra vida  personal, orientando los recursos injustos e imperfectos del sistema a la mayor justicia respecto de los administrados.

Los cristianos buscan su gracia: TU GRACIA SOLO ME BASTA; el dinero es un recurso y accesorio, un medio nunca un fin en sí mismo donde ningún fin, por más bueno que este sea, justifica los medios injustos.  Sufriremos y con escarnio estas leyes y verdades en carne propia si no escuchamos al Maestro o si en la hora de la tentación caemos. Dios nos conceda vivir libres de circunstancias que nos lleven a errar el camino; que nos conceda fortaleza para no caer; pero si caemos, Dios nos conceda poder levantarnos de los gruesos errores. 

A LA LUZ DE CRISTO AMIGO

CC.







»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Evangelio (Lc 16,1-8): "En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre
rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

"habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión"

 Evangelio de hoy (Lc 15,1-10): "En aquel tiempo, todos los publicanos y los
pecadores se acercaban a Jesús para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». 

Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.

»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. Evangelio 4 Noviembre 2015

Evangelio de hoy (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, caminaba con Jesús mucha gente, y volviéndose les dijo: «Si alguno viene donde mí y no odia a s
u padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. 

»Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».

martes, 3 de noviembre de 2015

«¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!»

Evangelio de hoy (Lc 14,15-24): En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a
la mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: ?Venid, que ya está todo preparado?. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ?He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses?. Y otro dijo: ?He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses?. Otro dijo: ?Me he casado, y por eso no puedo ir?.
»Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ?Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos?. Dijo el siervo: ?Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio?. Dijo el señor al siervo: ?Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa?. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».

REFLEXIÓN

Comentario: Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
«Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta 
que se llene mi casa»
Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad representada por un banquete.
El banquete significa el lugar donde la familia y los amigos se encuentran juntos,
gozando de la compañía, de la conversación y de la amistad en torno a la misma mesa.
 Esta imagen nos habla de la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos
en la estancia del cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo
preparado» (Lc 14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del
mundo a su lado, a cada uno de nosotros.

Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se está,
 porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones
humanas ?«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios
preparó para los que le aman» (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable?; sin embargo
, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente el mejor
 ofrecimiento que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su
 intimidad para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!

Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como
 leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú y yo,
por qué somos capaces de cambiar a aquél que es nuestro Dios y su invitación?
Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes
 de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa?
Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un sí, lleno de
agradecimiento y de admiración.

lunes, 2 de noviembre de 2015

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino»

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario,
crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

REFLEXIÓN:

Los fieles difuntos, a quienes recordamos en esta fecha y también durante este mes de Noviembre, son aquellas personas que nos han precedido en el paso a la eternidad, y que aún no han llegado a la presencia de Dios en el Cielo.
Son almas que han sido fieles a Dios, pero que se encuentran en estado de «purificación» en el Purgatorio, en el cual están como «inactivos»; es decir, ya no pueden «merecer» por ellos mismos. Por esta razón, es costumbre en la Iglesia Católica orar por nuestros difuntos y ofrecer Misas por ellos, como forma de aliviarles el sufrimiento de su necesaria purificación antes de pasar al Cielo. (Ver CIC #1031-32 y 2Mac.12,46)
El recuerdo de nuestros seres queridos ya fallecidos nos invita también a reflexionar sobre lo que sucede después de la muerte; es decir, Juicio: Cielo, Purgatorio o Infierno.
Primero hay que recordar que la muerte es el más importante momento de la vida del hombre: es precisamente el paso de esta vida temporal y finita a la vida eterna y definitiva. También hay que pensar que la muerte no es un momento desagradable, sino un paso a una vida distinta. Bien dice el Prefacio de Difuntos: «la vida no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna». Por lo tanto, la muerte es un paso al que no hay que temer.
Sabemos que fuimos creados para la eternidad, que nuestra vida sobre la tierra es pasajera y que Dios nos creó para que, conociéndolo, amándolo y sirviéndolo en esta vida, gozáramos de El, de su presencia y de su Amor Infinito en el Cielo, para toda la eternidad ... para siempre, siempre, siempre ...
De las opciones que tenemos para después de la muerte, el Purgatorio es la única que no es eterna. Las almas que llegan al Purgatorio están ya salvadas, permanecen allí el tiempo necesario para ser purificadas totalmente. La única opción posterior que tienen es la felicidad eterna en el Cielo.
Sin embargo, la purificación en el Purgatorio es «dolorosa». La Biblia nos habla también de «fuego» al referirse a esta etapa de purificación. «La obra de cada uno vendrá a descubrirse. El día del Juicio la dará a conocer ... El fuego probará la obra de cada cual ... se salvará, pero como quien pasa por fuego» (1a. Cor. 3, 13-15).
Y nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «Los que mueren en la gracia y amistad con Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo». (#1030)
La purificación es necesaria para prepararnos a la «Visión Beatífica», para poder ver a Dios «cara a cara». Sin embargo, el paso por la purificación del Purgatorio ha sido obviado por algunos. Todos los santos -los canonizados y los anónimos- son ejemplos de esta posibilidad.
¡Es posible llegar al Cielo directamente! Y, además, es deseable obviar el Purgatorio, ya que no es un estado agradable, sino más bien de sufrimiento y dolor, que puede ser corto, pero que puede ser también muy largo. Por eso es aconsejable aprovechar las posibilidades de purificación que se nos presentan a lo largo de nuestra vida terrena, pues el sufrimiento tiene valor redentor y efecto de purificación. Al respecto nos dice San Pedro, el primer Papa:
«Dios nos concedió una herencia que nos está reservada en los Cielos ... Por esto debéis estar alegres, aunque por un tiempo quizá sea necesario sufrir varias pruebas. Vuestra fe saldrá de ahí probada, como el oro que pasa por el fuego ... hasta el día de la Revelación de Cristo Jesús, en que alcanzaréis la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas» (1a.Pe. 1, 3-9).


domingo, 1 de noviembre de 2015

DIA DE TODOS LOS SANTOS : "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia"

Evangelio (Mt 5,1-12a): En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte,
se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».

REFLEXIÓN:

QUIENES SON LOS SANTOS:

Son los que en la tierra vivieron con pobreza espiritual, por que se cumple en ellos lo que Cristo dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos". Y la pobreza de espíritu no es la incapacidad de poseer o tener sino, es aquella que pone al servicio de los demás lo que es y lo que tiene. TEN POBREZA PONTE AL SERVICIO DE LOS DEMAS

Son los que en la tierra vivieron con mansedumbre; por que en ellos se cumple esta bienaventuranza: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra". Sus nombres son pronunciados y tienen por heredad la tierra por la que interceden. Y tierra somos también los seres humanos que tienen su origen de la tierra y se alimentan de tierra y cuyos restos del cuerpo se quedan en la tierra. VIVE CON MANSEDUMBRE

Son los que en la tierra experimentan el dolor y reciben el consuelo de Dios: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados". Que si Cristo es Redentor por su sufrimiento, nosotros somos corredentores con el nuestro: Bendito sea el dolor, amado sea el dolor, glorificado sea el dolor. AMA EL SUFRIMIENTO

Son los que en la tierra sufren la falta de justicia: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados". Los que sufren injustamente no dejaran de ser compensados. CLAMA JUSTICIA A DIOS EN LA ORACION

Son los que en la tierra actuaron con misericordia esforzados mas en comprender que en juzgar y criticar: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". SE MISERICORDIOSO

Son los que se esfuerzan en vivir la pureza, de mente y de cuerpo,respetando el estado de cada uno, soltero, casado o castos, orando unos por otros para mantenerse firmes, fieles y leales: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios".  VIVE LA PUREZA INTERIOS

Son los que se esfuerzan por vivir en un clima de paz y trabajan incansablemente por conseguirla "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". AMA LA PAZ Y PONTE A PERSEGUIRLA

Son los que son martirizados a causa de su fe: "Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos". ORA POR LOS MARTIRES Y ACOMPAÑALOS EN SU DOLOR 

Son los que en la tierra sufren una serie de acciones por causa de la creencia de su fe: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa". AMA LAS CONTRADICCIONES Y A LOS QUE HACEN CARGA CONTRA TI

Son los que después dela muerte están llenos de alegría al contemplar la Gloria del cielo, que les ha sido dado como recompensa, y la Iglesia militante se llena de alegría por eso: "Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos"

GLORIA A DIOS EN EL CIELO Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES QUE AMA EL SEÑOR

A LA LUZ DE CRISTO AMIGO
COMISIÓN DE CATEQUESIS

sábado, 31 de octubre de 2015

todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

 Evangelio (Lc 14,1.7-11): Un sábado, sucedió que, habiendo ido Jesús a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

REFLEXION DEL EVANGELIO


Oración introductoria
Padre, te suplico humildemente que me acompañes con tu presencia amorosa para que mi corazón se llene de lo único que necesita: fe, amor a mis hermanos y esperanza.

Petición
Jesús, que tenga la humildad de dejar a mis hermanos los mejores puestos por amor a ellos y a Dios.

Meditación del Papa Francisco
En este momento, tantos hermanos y hermanas nuestros son martirizados en el nombre de Jesús, están en este estado, tienen en este momento la alegría de haber sufrido ultrajes, incluso la muerte, en el nombre de Jesús.
Para huir del orgullo solo está el camino de abrir el corazón a la humildad, y a la humildad no se llega sin la humillación. Esta es una cosa que no se entiende naturalmente. Es una gracia que debemos pedir.
La gracia de la imitación de Jesús. Una imitación testimoniada por esos muchos hombres y mujeres que sufren humillaciones cada día por el bien de su familia y cierran la boca, no hablan, soportan por amor de Jesús.
Y esta es la santidad de la Iglesia, esta es alegría que da la humillación, no porque la humillación sea bonita, no, eso sería masoquismo, no: porque con esa humillación se imita a Jesús. Dos actitudes: la de la cerrazón que te lleva al odio, a la ira, a querer matar a los demás, y la de la apertura a Dios en el camino de Jesús, que te hace aceptar las humillaciones, incluso las fuertes, con esta alegría interior porque estás seguro de estar en el camino de Jesús. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 17 de abril de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
La humildad es una ley del Reino de los Cielos, una virtud que Cristo predica a lo largo de todo el Evangelio. En este pasaje de San Lucas, Cristo nos invita a dejar de pensar en nosotros mismos para poder pensar en los demás.

¿Por qué? Los que se ensalzan a sí mismos sólo piensan en sus propios intereses y en que la gente se fije en ellos y hablen de ellos. Eso se llama egoísmo, un fruto del pecado capital de la soberbia. Y un alma soberbia nunca entrará en el Reino de Dios, porque el soberbio no puede unirse a Dios.

¿Cuál es la motivación que da Jesús para la vivencia de la humildad? El amor a los demás, al prójimo. La razón es que yo, al dejar de ocupar los primeros puestos, o ceder el querer ser el más importante, estoy dejando el lugar de importancia a mi hermano o hermana. Se trata de un acto de caridad oculta, que sólo Dios ve y, ciertamente, será recompensado con creces. Esta es la actitud que Cristo nos invita a vivir hoy. A dejar a mis hermanos los mejores puestos por amor a ellos y a Dios. Cristo mismo nos dio el ejemplo, cuando lavó los pies a los discípulos, siendo que los discípulos eran los que debían lavar los pies a Cristo.

Propósito
Podemos vivir hoy la virtud de la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y dando nuestra preferencia al prójimo.

Diálogo con Cristo 
La situación del mundo y de la Iglesia reclama mi activa participación en este Año de la Fe. Es hora de ser audaz y confiar en que se puede transformar al mundo con la nueva evangelización, pero desde la humildad, no buscando ser el protagonista sino sólo un humilde discípulo y misionero de Cristo. Con tu gracia, Señor, lo puedo lograr.

viernes, 30 de octubre de 2015

«¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?»

Evangelio de hoy (Lc 14,1-6): Un sábado, Jesús fue a casa de uno de los jefes de los
fariseos para comer, ellos le estaban observando. Había allí, delante de Él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?». Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?». Y no pudieron replicar a esto.

REFLEXIÓN:

Por  Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella (Madrid, España)
«¿Es lícito curar en sábado, o no?»
Hoy fijamos nuestra atención en la punzante pregunta que Jesús hace a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» (Lc 14,3), y en la significativa anotación que hace san Lucas: «Pero ellos se callaron» (Lc 14,4).

Son muchos los episodios evangélicos en los que el Señor echa en cara a los fariseos su hipocresía. Es notable el empeño de Dios en dejarnos claro hasta qué punto le desagrada ese pecado —la falsa apariencia, el engaño vanidoso—, que se sitúa en las antípodas de aquel elogio de Cristo a Natanael: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» (Jn 1,47). Dios ama la sencillez de corazón, la ingenuidad de espíritu y, por el contrario, rechaza enérgicamente el enmarañamiento, la mirada turbia, el ánimo doble, la hipocresía.

Lo significativo de la pregunta del Señor y de la respuesta silenciosa de los fariseos es la mala conciencia que éstos, en el fondo, tenían. Delante yacía un enfermo que buscaba ser curado por Jesús. El cumplimiento de la Ley judaica —mera atención a la letra con menosprecio del espíritu— y la fatua presunción de su conducta intachable, les lleva a escandalizarse ante la actitud de Cristo que, llevado por su corazón misericordioso, no se deja atar por el formalismo de una ley, y quiere devolver la salud al que carecía de ella.

Los fariseos se dan cuenta de que su conducta hipócrita no es justificable y, por eso, callan. En este pasaje resplandece una clara lección: la necesidad de entender que la santidad es seguimiento de Cristo —hasta el enamoramiento pleno— y no frío cumplimiento legal de unos preceptos. Los mandamientos son santos porque proceden directamente de la Sabiduría infinita de Dios, pero es posible vivirlos de una manera legalista y vacía, y entonces se da la incongruencia —auténtico sarcasmo— de pretender seguir a Dios para terminar yendo detrás de nosotros mismos.

Dejemos que la encantadora sencillez de la Virgen María se imponga en nuestras vidas.

jueves, 29 de octubre de 2015

¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido

Evangelio de hoy San Lucas (13, 31-35):

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: «Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.» 
Él contestó: «ld a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que viene en nombre del Señor."»

REFLEXIÓN: PAPA FRANCISCO DESDE SANTA MARTA

"Dios solo puede amar, no condena, el amor es su debilidad y nuestra victoria: esto, en resumen, es lo que dijo el Papa Francisco en la misa de la mañana celebrada este jueves 29 de octubre en la Casa Santa Marta del Vaticano.
Nuestra victoria es el amor inexplicable de Dios
En la primera lectura, san Pablo explica que los cristianos son vencedores porque “si Dios está con nosotros, ¿Quién contra nosotros?”. Si Dios nos salva, ¿Quién nos condenará?
Parece, dijo el Papa Francisco, que “la fuerza de esta seguridad de vencedores”, este don, el cristiano “lo tenga en sus manos, como un propiedad”. Casi como si los cristianos pudieran decir de forma “triunfalista”: ¡Somos campeones!”.
Pero el sentido es otro -explicó-: nosotros somos los vencedores “no porque tengamos este don en la mano, sino por algo distinto”. Es otra cosa “la que nos hace vencer”: el hecho de que nada “podrá nunca separarnos del amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo Jesús, Nuestro Señor”.
“No es que nosotros venzamos a nuestros enemigos, sobre el pecado ¡No! Nosotros estamos tan ligados al amor de Dios, que nadie, ninguna potencia, nada nos podrá separar de este amor. Pablo ha visto, en el don, ha visto aún más, el que nos da el don: el don de la re-creación, es el don de la regeneración en Cristo Jesús. Ha visto el amor de Dios. Un amor que no se puede explicar”.
La impotencia de Dios es su incapacidad de NO amar
“Cada hombre y cada mujer -añadió el Papa- puede rechazar el don”, preferir su vanidad, su orgullo, su pecado. “Pero el don está”: “el don es el amor de Dios, un Dios que no se puede separar de nosotros. Esa es la impotencia de Dios”.
“Nosotros podemos decir: ‘Dios es poderoso, lo puede todo. Menos una cosa: separarse de su criatura. En el Evangelio, esa imagen de Jesús que llora por Jerusalén, nos hace entender algo este amor. ¡Jesús ha llorado! Llora por Jerusalén y en ese llanto está toda la impotencia de Dios: su incapacidad de no amar, de no separarse de nosotros”.
Nuestra seguridad: Dios no condena. Solo puede amar
Jesús llora por Jerusalén que mata a sus profetas, los que anuncian su salvación. Y Dios le dice a Jerusalén y a todos nosotros: “¡Cuántas veces he querido recoger a tus hijos como una clueca a sus pollitos bajo las alas y no habéis querido!”. Es una “imagen de ternura”, prosiguió el Papa en su homilía.
“¡Cuántas veces he querido haceros sentir esta ternura, este amor, como la clueca con sus pollitos y me habéis rechazado!”. Por esto, afirmó el Papa, san Pablo entiende y “puede decir que está convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni el presente, ni el futuro, ni la potencia, ni la altura, ni la profundidad, nadie nos podrá separar nunca del amor de Dios”:
“Dios no puede NO amar. Esta es nuestra seguridad. Yo puedo rechazar este amor, puedo rechazarlo como el buen ladrón hizo hasta el fin de sus días. Pero en ese momento también lo esperaba el amor. El más malo, blasfemo es amado por Dios con una ternura de Padre, de papá”, aseguró Francisco.
“Es como dice Pablo, como dice el Evangelio, como dice Jesús: ‘Como una clueca con sus polluelos’. Y Dios el poderoso, el creador, puede hacerlo todo: ¡Dios llora! Y en ese llanto de Jesús por Jerusalén, en esas lágrimas, está todo el amor de Dios. Dios llora por mí, cuando me alejo. Dios llora por cada uno de nosotros. Dios llora por los malvados, que hacen tantas cosas malas, tanto mal a la humanidad… Espera, no condena, llora ¿Por qué? Porque ama."

miércoles, 28 de octubre de 2015

"Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos!

Evangelio de hoy (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó
la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.



REFLEXIÓN:

Hoy contemplamos un día entero de la vida de Jesús. 
Una vida que tiene dos claras vertientes: la oración y la acción. Si la vida del cristiano ha de imitar la vida de Jesús, no podemos prescindir de ambas dimensiones. Todos los cristianos, incluso aquellos que se han consagrado a la vida contemplativa, hemos de dedicar unos momentos a la oración y otros a la acción, aunque varíe el tiempo que dediquemos a cada una. Hasta los monjes y las monjas de clausura dedican bastante tiempo de su jornada a un trabajo. Como contrapartida, los que somos más “seculares”, si deseamos imitar a Jesús, no deberíamos movernos en una acción desenfrenada sin ungirla con la oración. Nos enseña san Jerónimo: «Aunque el Apóstol nos mandó que oráramos siempre, (…) conviene que destinemos unas horas determinadas a este ejercicio».

¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.

Asegurada ya la oración, sólo nos queda imitarlo en la acción. En el fragmento de hoy, lo vemos “organizando la Iglesia”, es decir, escogiendo a los que serán los futuros evangelizadores, llamados a continuar su misión en el mundo. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). Después lo encontramos curando toda clase de enfermedad. «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19), nos dice el evangelista. Para que nuestra identificación con Él sea total, únicamente nos falta que también de nosotros salga una fuerza que sane a todos, lo cual sólo será posible si estamos injertados en Él, para que demos mucho fruto (cf. Jn 15,4).

DISCUSIONES DOCTRINALES A PARTIR DEL SINODO DE FAMILIA: AFIANZA TU CRITERIO

O TIENE AUTORIDAD PARA CAMBIAR LOS SACRAMENTOS

Aline Lizotte: la Iglesia Católica va «hacia una suerte de concepción protestante de la libertad de conciencia»

Aline Lizotte, canonista, doctora en filosofía y directora del Institut Karol Wojtyla de Canadá, es uno de los referentes internacionalmente reconocidos en la Iglesia Católica sobre cuestiones de ética conyugal y de sexualidad. En una entrevista concedida a Le Figaro analiza los resultados del reciente sínodo sobre la familia. Su análisis no puede ser más desolador. La Iglesia Católica se está protestantizando.
28/10/15 10:44 AM | Imprimir | Enviar
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(Le Figaro) Entrevista a Aline Lizotte:

Incluso aunque no haya tomado partido, para evitar el voto negativo de una parte de los obispos, el sínodo ha sugerido al Papa, y así se ha votado, que el asunto de la comunión de los divorciados vueltos a casar no se rija por un sí o por un no, sino mediante un «discernimiento» caso por caso, según los criterios preestablecidos por la Iglesia. ¿Supone esto una evolución notable de la teología moral católica?

Los números 84, 85 y 86 de la Relación Sinodal son como poco confusos, si no ambiguos. No se habla directamente de prohibición o permiso para la comunión, sino de encontrar las diversas formas de integración con vistas a una mejor participación en la vida comunitaria cristiana.
Entre esos diferentes modos de integración estaría la autorización para ser padrinos, enseñar el catecismo, hacer las lecturas de la Misa, en una palabra, de participar en los actos que preparan a la vida sacramental.
Pero también está la posibilidad de comulgar. Juan Pablo II no había llegado tan lejos. Aunque negando firmemente la posibilidad de participar en la comunión, él también había afirmado que los divorciados formaban parte de la comunidad cristiana –no estaban excomulgados– y que debían unirse a la oración de la Iglesia, participar en el sacrificio eucarístico y tomar parte en las obras sociales de caridad.
Ahora, el número 84 del documento final va más lejos, ya que habla de «superar» las «exclusiones» en el ámbito litúrgico, educativo, pastoral e... «institucional». Este término es vago, pero es muy importante porque puede significar cualquier cosa en la Iglesia. Por ejemplo, ¿qué impediría a un divorciado vuelto a casar convertirse en diácono?...
En cuanto al número 85, exagera una distinción capital, que ya fue claramente establecida por Juan Pablo II y que desde siempre pertenece a la teología moral. Esta distinción, expresada en la Veritatis Splendor (nos. 54-64) y en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (Ia-IIae, q.18, a.3), permite hacer una diferencia entre aquello que es «objetivo» en una decisión moral y aquello que depende de las «circunstancias». Pero el documento final concede a las circunstancias la importancia desmesurada que no tiene en el equilibrio clásico de la teología moral.

¿Se introduce así un desequilibrio?

A partir de ahora, se quiere dar mayor peso a las circunstancias. Ahora bien, la distinción clásica muestra que hay actos morales que son objetivamente graves aun cuando, efectivamente, ciertas circunstancias propias de la persona permiten disminuir la responsabilidad, e incluso anularla.
Existe pues una diferencia entre la realidad objetiva de un acto y lo que llamamos «imputabilidad» del mismo, su carga moral, si puedo expresarlo así, que recae o no sobre los hombros de quien ejecuta ese acto. Esto es lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (no. 1735). Por lo demás, Juan Pablo II ha aplicado esta distinción al discernimiento pastoral de los pastores y de los confesores respecto a la dirección espiritual de las conciencias.
Y esta distinción –aplicada al fracaso de un matrimonio y al divorcio- arroja luz sobre la culpabilidad en la conciencia moral. Porque una cosa es una separación que termina en divorcio, cuyo actor ha hecho todo por dejar a su cónyuge, abandonándolo a su soledad y con la carga de sus hijos, y otra cosa es el estado del cónyuge «en gran forma repudiado» que lo ha intentado todo para conservar su compromiso matrimonial y que se ve forzado a un estado de vida difícil o casi imposible. Un estado del cual él no tiene ninguna responsabilidad. Es una víctima.

Y sobre este punto, ¿qué responde el sínodo?

Sobre este punto, la Relatio sinodal está lejos de ser clara… ¡Es igual de ambigua!

¿Por qué?

Nos encontramos, de hecho, frente a dos actos diferentes: una cosa es no juzgarse culpable en su fuero interno, es decir en conciencia, del fracaso de su matrimonio, llegando incluso a la convicción íntima de que dicho matrimonio fue inválido; y otra cosa es con el solo apoyo de esta conciencia –aun con la ayuda de un consejero espiritual, incluso un obispo– tomar la decisión de volverse a casar. Diciéndose, en suma, yo no soy culpable –en conciencia– del fracaso de mi matrimonio, es más, tengo la convicción íntima de que mi primer matrimonio es inválido, por lo que, si me vuelvo a casar, no cometo adulterio y puedo por lo tanto comulgar.
Ahí está el fondo del problema: la condición de cometer o de no cometer un adulterio no depende únicamente de las condiciones interiores del juicio de conciencia, sino que depende de la validez o no validez del primer matrimonio.
Esto no depende únicamente del fuero interno de uno de los cónyuges, o dicho de otra manera, de su sola conciencia profunda, sino del fuero externo, ¡es decir de los criterios objetivos de la ley! Así pues, determinar la validez o invalidez de un consentimiento –en el que se funda el matrimonio– no es una cuestión de conciencia que corresponde a uno solo de los dos cónyuges. Son las dos personas las que están implicadas.
No se trata simplemente de decirse «yo siento y he pensado siempre que mi matrimonio no fue válido»… En efecto, la conciencia puede ser leal, pero también puede estar objetivamente equivocada. En este sentido, es inexacto decir, como proclama Mons. Cupich, que la conciencia es siempre inviolable.
Hablo, pues, de ambigüedad, porque los criterios que aporta el n° 85 del documento final del sínodo están enfocados justamente a ayudar a la persona, a su confesor e incluso al obispo a juzgar acerca de la rectitud y de la honestidad de su conciencia. Pero, lo lamento, estos criterios no son suficientes para resolver con certeza sobre la validez o no del primer matrimonio.

¿Cuáles son los riesgos que usted ve?

Actuar de este modo nos va a llevar a establecer una especie de sistemas de «consultorio espiritual», de coaching interno, que ayuden a las conciencias a no sentirse culpables de volverse a casar. Con ese refuerzo de la propia subjetividad, considerarán que tienen derecho a volverse a casar en buena y debida forma. No es por casualidad que Juan Pablo II, al enunciar la prohibición de la comunión de los divorciados vueltos a casar, tuvo mucho cuidado de establecer esta distinción que demuestra que «el examen de conciencia» del que habla ahora el documento final no es suficiente para evaluar la situación objetiva y la situación del cónyuge dañado.

Esta apertura, reforzada por la facilitación de los procedimientos de anulación canónica del vínculo del matrimonio decidida por el papa Francisco en septiembre pasado, ¿no contribuye a crear, en la opinión pública, la idea de que la Iglesia acaba de inventar el «divorcio católico»?

El problema al que debe enfrentarse la Iglesia católica no es el de los divorciados vueltos a casar, sino el de la credibilidad de su matrimonio; en qué forma su doctrina del matrimonio tiene todavía influencia sobre la vida de las personas y en especial sobre sus fieles… Pero, ¿de dónde viene el problema? ¿Procede del cambio social, bastante impresionante, o viene de las insuficiencias de una pastoral inadecuada? Se pensaba que la doctrina había sido establecida, pero ahora se ve que no lo estaba. En esta perspectiva, es necesario comprender que el problema de los divorciados vueltos a casar aparece como un caso prototípico, sobre el que se reflexiona como el asunto más difícil de resolver. Se ha considerado que se podía resolver por la sola vía pastoral…sin cambiar las afirmaciones doctrinales. ¡Pero esto es como la cuadratura del círculo, puesto que la pastoral deriva de la doctrina! Dicho prudentemente, es su aplicación.
Cambiar la pastoral sin cambiar la doctrina en puntos esenciales de dicha doctrina es un problema que no tiene solución. La doctrina de la Iglesia Católica es en efecto clara y firme: un matrimonio válidamente celebrado (ratum) y consumado (consumatum) es indisoluble. Agrego que la facilidad que dan las legislaciones civiles, tales como divorcio de común acuerdo, pactos, admisión de concubinato, resta fuerza al compromiso de por vida. Cuando las dificultades conyugales se multiplican, se recurre a la legislación civil para romper el matrimonio y hasta para contraer un segundo o un tercer matrimonio. Sin embargo, en cuanto a la doctrina, estos matrimonios son «nulos» para la Iglesia en el sentido jurídico y ninguno de los posteriores quiebra la validez del primer matrimonio si éste es declarado válido.
Con la apertura que emprende el sínodo acerca del juicio de conciencia, junto con la facilidad que ha puesto en vigor los Motu Proprio Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et Misericors Iesusdel 8 de septiembre de 2015 para la obtención del decreto de nulidad, nos arriesgamos a ir en la práctica no hacia un «divorcio católico», sino hacia una suerte de concepción protestante de la libertad de conciencia. Porque la conciencia, como he explicado, no puede fundarse solamente sobre lo que la persona percibe, o no percibe, acerca de la gravedad de sus actos, sino sobre criterios objetivos de la ley moral.

Hablando de esto, ¿peca la Iglesia de falta de «corazón», como ha dicho el Papa? ¿No es demasiado dura al no hablar más que de «ley»? ¿Cuál es el fundamento, dicho claramente, sobre el que la Iglesia afirma que un primer matrimonio, si es válido, y por lo tanto libremente consentido y para toda la vida, es por naturaleza indisoluble? Y ¿por qué no puede evolucionar en el asunto de la indisolubilidad del matrimonio?

La Iglesia puede evolucionar sobre cuestiones que atañen a su derecho propio. De hecho, ha evolucionado en muchos temas: reformas litúrgicas, reforma de la penitencia durante la cuaresma, reforma sobre las fiestas de precepto, reforma sobre el estado clerical, reforma sobre el ejercicio de la autoridad en la Iglesia (colegialidad), reforma de los procedimientos para las solicitudes de decreto de nulidad del matrimonio, reforma sobre los votos religiosos. A partir del Vaticano II, hemos visto precipitarse una serie de reformas que han moldeado de manera directa nuestro comportamiento exterior con respecto a Dios y a nuestras actuaciones comunitarias respecto a nuestros hermanos. Las reformas han sido tan importantes que ha sido necesario reescribir y promulgar un nuevo Derecho Canónico (1983).
Pero hay ámbitos que no pertenecen al derecho de la Iglesia. En primer lugar porque ningún Papa ha fundado ni funda la Iglesia. Es siempre Jesucristo quien construye su Iglesia. Después, porque Cristo ha dejado a la Iglesia los medios para participar en su vida, en su oración, en su misterio de salvación, medios ligados a su voluntad: son los sacramentos y su substancia sobre los cuales la Iglesia no tiene ningún poder. Siempre será necesaria el agua para bautizar; el pan y el vino para la consagración eucarística; la confesión oral de los pecados –no se puede hacer por correspondencia o por internet– para recibir el sacramento de la Reconciliación. En fin, siempre es y será necesario que el hombre deje a su padre y a su madre y se una a su mujer para que un consentimiento matrimonial tenga valor de sacramento. Esta substancia sacramental no pertenece a la Iglesia.
Así, el matrimonio que Dios ha instituido es heterosexual, monógamo, indisoluble y abierto a la vida. Estas propiedades del matrimonio, la Iglesia no las ha inventado, las ha recibido de Cristo mismo. Si bien ella puede cambiar la disciplina, por ejemplo, la edad de la primera comunión, el ministro del bautismo, las condiciones para la unción de los enfermos, no puede cambiar la substancia del sacramento. Ahora bien, la indisolubilidad forma parte esencial del sacramento del matrimonio. Y sobre este punto, la Iglesia no tiene ningún poder para cambiarlo.

Pero, ¿puede la Iglesia ignorar el sufrimiento de las personas que han vivido un fracaso? ¿No fue esto algo que se solicitó durante los veinte días del sínodo?

Para la Iglesia católica, este problema de los divorciados vueltos a casar es un problema espinoso. Se encuentra ante una estructura de pecado, es decir una situación que lleva a usar el matrimonio como si uno estuviera casado, cuando en realidad no lo está, ya que el primer matrimonio es siempre válido. Sin embargo, en la Iglesia, estas personas no son excluidas de la comunidad cristiana. Están invitadas, como todos los cristianos, a la participación en la Eucaristía del domingo. Sin embargo, no pueden comulgar. Convocadas al sacrificio de la comunión, no pueden participar en él plenamente.
Plantear la cuestión sobre los divorciados vueltos a casar consiste, pues, en reflexionar sobre el caso típico por excelencia.
Es duro decirlo, pero en el plano canónico y filosófico estas personas se han colocado voluntaria y quizá inconscientemente en una situación imposible. Hacen uso de un derecho del que carecen, puesto que están vinculadas –por su propia palabra dada sacramentalmente– a otra persona. No solo no respetan la palabra dada delante de Dios, sino que usurpan el derecho del otro, de la esposa abandonada o del marido humillado. Claro que se justifican invocando el fracaso del primer matrimonio y el éxito del segundo. ¿Por qué se les negaría el derecho de «rehacer su vida»? ¿Por qué también, si se dice que no están excluidas de la comunidad cristiana, se le negaría el derecho a la comunión? ¿Acaso no es esta comunión el signo de pertenencia a la comunidad? Si toda la comunidad está invitada a las Bodas del Cordero, ¿por qué ellos no? ¿Acaso no viven a menudo honestamente y en toda fidelidad al nuevo esposo o esposa, teniendo nuevos hijos, formando una nueva familia? ¿Por qué este endurecimiento de la pastoral que se declara ante todo fiel a una doctrina justa, pero que parece sobre todo carente de misericordia? ¡Éste es el dilema que se plantea entre lo doctrinal y lo pastoral! Pero el asunto radica en saber si este dilema es realmente un dilema doctoral frente a una pastoral inadecuada. ¿O consiste en una forma incorrecta de plantear el problema?...
Y permítaseme añadir que el hecho de haber introducido el juicio de conciencia en esta disputa no ha aclarado nada; por el contario, ha planteado mayores problemas aún. ¿Cuáles son los cristianos, los católicos, que saben verdaderamente qué es un juicio de conciencia, o que son capaces de efectuar el discurso moral que requiere, o aún, si tienen el valor para hacerlo? ¿Cuáles son los pastores con la suficiente aptitud para ayudar al cristiano a establecer este juicio de conciencia? Porque un juicio de conciencia no puede partir de su estado subjetivo, de su psiquismo, de su deseo, sino que debe siempre emanar de la ley. ¿Puede una esposa abandonada tener conciencia de que, en el fracaso de su matrimonio, ella no tiene ninguna responsabilidad? Este sería un caso raro, pero, cuando se examina la toma de decisión referente a un nuevo matrimonio, la conciencia debe plantear objetivamente la pregunta: en conciencia, yo no soy culpable del fracaso de mi primer matrimonio pero, si tal matrimonio es válido, ¿dicho fracaso me da el derecho moral de volverme a casar por lo civil?

Y, mientras tanto, la Iglesia tiene el deber, afirma el papa Francisco, de buscar un nuevo camino para poder ayudar a los divorciados y vueltos a casar en sus dificultades concretas…

La Iglesia siempre ha tenido el deber de ayudar a todos sus hijos y la obligación de no hacer más pesado el yugo que puede constituir la obediencia a los deberes de un cristiano. «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 30) dice el Señor. La misión de la Iglesia no consiste en hacerla imposible de acarrear. Este yugo es dulce y esta carga es ligera porque el Señor da la gracia para soportarlos. Pero, ¿cuáles son las dificultades verdaderas de los divorciados vueltos a casar? ¿Consisten en no comulgar? Se habla de ellos como de gentes felices que han tenido éxito en su segundo matrimonio, en tanto que el primero naufragó. Pero este matrimonio fracasado, esta mujer abandonada, este hombre vilipendiado, estos hijos lanzados de acá para allá, aquel o aquella a quien se le imputan todos los errores o toda la malevolencia, jamás podemos olvidarlos. Aun cuando hubo un divorcio y que fuese razonable la demanda de divorcio, la nueva mujer, el nuevo hombre con quien se cohabita un nuevo lecho, no encuentra ahí un verdadero lugar conyugal porque el pasado siempre está presente, pues el ser humano no lo puede borrar. Con frecuencia retorna esta queja: no he dejado de amarlo, aunque halle placer sexual con otro. Se debe encarar la rebelión y la vergüenza de los hijos. Que uno se divorcie, sí cuando es necesario, lo cual es mejor que los continuos pleitos, las violencias verbales, las mentiras repetidas. Pero que el cónyuge que toma el portante se vuelva a casar, tal cosa crea una sorda revuelta que es tabú en nuestra sociedad. Mientras mayor edad tengan los hijos, más fuerte es su rebelión. Ahora serán los hijos del divorcio. Y eso no se digiere fácilmente.
El nuevo camino no consiste, pues, en la comunión eucarística. Inclusive se corre el riesgo de acrecentar los sufrimientos, como si después de haber engañado a su esposa o a su marido, ahora se engañará a Dios. Es terrible decirlo, pero cada quien sabe, en el fondo de sí mismo, si es que uno tiene algo de fe, que a Dios no se le puede engañar. Al dar seguimiento y aconsejar a personas en numerosas situaciones de este género en el Instituto Karol Wojtyla, puedo afirmar, no con base en teorías, sino en la experiencia y sus dolorosos testimonios, que este sentimiento interior, este sensus fidei, que permanece escondido en la conciencia profunda de estos esposos rotos, es más fuerte que toda concesión jurídica, si llegare a suceder que la autorización de comulgar fuere una concesión jurídica.

Y sin embargo es el camino que Francisco parece querer abrir…

Sí, hace falta una nueva pastoral para los divorciados vueltos a casar, como igualmente hace falta una para los que viven en concubinato y solicitan el matrimonio, y lo mismo para aquellos que están casados por lo civil y que quieren «ponerse en regla». Hace falta una pastoral que haga entender que el matrimonio sacramental no es un permiso para «acostarse juntos» sin cometer pecado, sino que el sacramento del matrimonio da a los esposos una participación particular para entrar en el oculto misterio de la alianza propuesta por Dios a toda la humanidad. Misterio del que Cristo es garante al hacerse el Esposo de la Iglesia. La verdad del sacramento del matrimonio debe ser expuesta a toda persona que desea pasar de una situación irregular a una situación de gracia.
Para los divorciados vueltos a casar es aún más delicado. El sacramento del matrimonio, del primero y el único válido, está todavía vivo, no ha muerto. Las gracias de dicho sacramento existen siempre. Cómo hay que hacer para convertirlas en gracias eficaces para aceptar, por una y por la otra parte, entre el esposo ofendido y resentido, y el esposo «inválidamente» unido a un nuevo cónyuge, una verdadera reconciliación en Cristo, reconciliación siempre posible por medio de un verdadero perdón, por una nueva fidelidad al jus corporis del cónyuge abandonado. El jus corporis es, en el derecho romano, el «derecho del cuerpo» que cada cónyuge tiene sobre el cuerpo del otro. ¡Llegar a poner eso en vigor sería una verdadera pastoral del matrimonio! No puede una dejar de extrañarse de que los Padres sinodales no hayan pensado en eso.

Ellos primaron más bien la conciencia íntima para justificar esta toma de distancia de la ley moral objetiva: esto puede comprenderse así mismo. La moral de la Iglesia no estaba muy segura acerca de «lo objetivo» y no suficientemente acerca de «lo subjetivo», que constituye en verdad el santuario profundo de la persona, ¿no es así?

La conciencia íntima no es jamás una toma de distancia respecto a la ley moral objetiva. La conciencia íntima plantea dos actos, dice santo Tomás de Aquino: ella juzga o ella reprocha. Juzga acerca de la bondad moral de un acto particular, personal y singular… a la luz de la ley moral que está ahí para iluminar. Y debe juzgar a partir del derecho. Por ejemplo: tengo frío, estoy sin abrigo, y hay frente a mí una casa desalojada. ¿Cometo un robo si me la apropio para habitarla mientras puedo encontrar otro albergue? No, porque el derecho a los bienes materiales enseña la Iglesia que es prioritario sobre el derecho de propiedad y todo propietario debe asistencia a una persona en peligro. Otro ejemplo: estoy sola, sin amor, quiero un padre para mis hijos, he sido abandonada por mi primer marido. ¿Tengo derecho a volverme a casar por lo civil y a vivir matrimonialmente con este hombre a quien amo? Si el Pastor a quien se somete esta cuestión responde «sí, porque usted no es culpable del fracaso de su primer matrimonio» ello significa que este pastor no toma en cuenta la indisolubilidad del matrimonio. Esta ley de la indisolubilidad no tendría entonces vigencia más que en una especie de ideal. No valdría más que para los esposos «dichosos», los «puros». Así, cada persona que tuviera dificultades con la ley moral, tendría el derecho de infringir dicha ley. Nadie está obligado a hacer lo que es objetivamente malo para que de ahí se derive un bien «subjuntivo». Esto puede parecer duro… pero el respeto a la voluntad de Dios y de sus exigencias conlleva una dicha mayor que la de construir otra por medio de la dulcificación de sus propias leyes bajo pretexto de misericordia.

Pero, ¿no tiene la Iglesia un verdadero problema con su moral –seguida por tan pocos? Este sínodo le ofrece la posibilidad de cambiar esta cultura moral familiar para adaptarla mejor. ¿No es tiempo de hacerlo?

Un día tuve que aconsejar a una religiosa. Le pregunté cuántos hijos eran en su hogar paterno. Me respondió con una ligera sonrisa, presintiendo el sobresalto que me causaría su respuesta: «¡éramos veintidós!» Ante mi sorpresa, me dijo «sí, mi padre era ministro, y nosotros, los niños, sabíamos muy bien quién era nuestra madre. Nuestro padre se ocupaba de todos nosotros. Todas las mañanas, antes de salir para el trabajo, nos reunía para enseñarnos el catecismo, nos besaba y cada uno se iba a la escuela o a su trabajo.» Era un verdadero modelo de familia patriarcal que parecía que no funcionaba tan mal… pero yo no he visto jamás ese modelo en Occidente- Lo que veo cada vez más es un hombre o una mujer que me dicen: «tengo cinco, o hasta diez, hermanos, pero aunque tengamos la misma madre, no tenemos todos el mismo padre. Y el hombre con quien mi madre vive actualmente no es mi padre…» Esta es una familia reconstruida. Jamás he encontrado felicidad en el rostro de aquel o aquella que me habla de estas familias de nuevo género. ¿Será ésta la nueva cultura familiar? Conocí a una chica muy pequeña que le decía a su amiguita: «yo tengo suerte, porque en Navidad tengo dos papás que me dan muchos regalos.» Esto duró hasta el día en que la amiguita invitó a la chica a un fin de semana en familia, una familia en la que había un solo papá que no daba a menudo regalos pero que amaba a su esposa y a sus hijos. Y la chica que abundaba en regalos salió pensativa de aquel fin de semana. «Tú eres la que en verdad tiene suerte,» le dijo a su amiga.
Pero, yo os pregunto, ¿cuándo ha sido popular la moral de la Iglesia? ¿En qué época de la historia la gente ha estado plenamente de acuerdo con la moral de la Iglesia? ¿Acaso la Iglesia fue hecha para gustar al mundo, para ser del mundo, para pensar como el mundo? ¿Es esa su misión? Cuando leemos todo lo que se dice acerca la necesidad que debería tener la Iglesia para sincronizarse al mundo, es decir, para aceptar el aborto como un hecho normal, el divorcio como una medida para la estabilidad del amor, de la homosexualidad como una manera diferente de encontrar el placer sexual, nos damos cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol. ¡La Iglesia está aquí para ser la luz de las naciones. No está aquí para complacerlas!

Detrás de la fachada del sínodo, ¿no se ha producido de hecho una batalla de escuelas de teología moral católica que no habían tenido la oportunidad de enfrentarse hasta ahora a ese nivel?

Sí, ¡creo que ha habido eso! Y agrego que este fenómeno no es nuevo. En este sínodo dos o más teologías morales se han enfrentado, varias escuelas han disputado. Para una buena parte de los expertos, ¿cuántos han sido? ¡El problema que había que resolver no era el de los divorciados vueltos a casar, sino el de la Veritatis Splendor, la encíclica de Juan Pablo II! Es ahí donde duele. Hay diversas escuelas: la opción fundamental de Joseph Fuchs S, J., el proporcionalismo de Peter Knauer, S. J., la sistemia de Xavier Thévenot, SDB y de Edgard Morin, la escuela de Tübingen, la escuela argentina de Lucio Gera, de Rafael Tello, de Juan Carlos Scannone, S. J. se unen ¡para hacer desaparecer la Veritatis Splendor y su teología moral objetiva!
Una teología en la que se dice que «el objeto moral» es el punto de apoyo de la razón en la búsqueda de la verdad moral. Así, no se quiere una teología que afirme la existencia de una realidad moral más allá de las fluctuación de las circunstancias. Ciertamente se quiere una intención moral, se ven con buenos ojos las circunstancias que modelen su práctica, pero no se quiere una aplicación objetiva de los principios de la ley moral que tenga como meta la búsqueda honesta del bien. Esta confrontación de las ideas, este combate de los conceptos es quizá la causa de cierta confusión en el lenguaje que pone en riesgo, si hemos de creer en los debates actuales, una disminución de la fecundidad del sínodo. No sé si tengamos derecho a pensar en esa frase del Génesis «allí fue donde Yahvé confundió el habla de todos» (Gn 11, 9) ¡Una presencia paradójica del Espíritu Santo!

¿En qué cree usted que este sínodo sería un fracaso, y en qué sería un éxito?

Un sínodo no es más que una Asamblea parcial en la Iglesia, su propósito es el de aconsejar al Papa en su papel de Pastor supremo y en el gobierno de toda la Iglesia. El sínodo no es un Concilio, no posee la autoridad magistral de la Iglesia. Ni siquiera la autoridad del Papa en su magisterio ordinario. Todo depende de lo que el Papa decida. Pero se esperaba del sínodo que inaugurara para toda la Iglesia, una verdadera restauración de la Pastoral del Matrimonio y de la Familia. Era quizá un proyecto ambicioso. Quizá será necesario contentarse con los principios de una orientación. Siempre estamos con prisa y todavía no aprendemos, después de veinte siglos de Cristianismo, a dejarle un tiempo al Espíritu Santo.

Traducido por el equipo de traductores de InfoCatólica