sábado, 31 de octubre de 2015

todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

 Evangelio (Lc 14,1.7-11): Un sábado, sucedió que, habiendo ido Jesús a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

REFLEXION DEL EVANGELIO


Oración introductoria
Padre, te suplico humildemente que me acompañes con tu presencia amorosa para que mi corazón se llene de lo único que necesita: fe, amor a mis hermanos y esperanza.

Petición
Jesús, que tenga la humildad de dejar a mis hermanos los mejores puestos por amor a ellos y a Dios.

Meditación del Papa Francisco
En este momento, tantos hermanos y hermanas nuestros son martirizados en el nombre de Jesús, están en este estado, tienen en este momento la alegría de haber sufrido ultrajes, incluso la muerte, en el nombre de Jesús.
Para huir del orgullo solo está el camino de abrir el corazón a la humildad, y a la humildad no se llega sin la humillación. Esta es una cosa que no se entiende naturalmente. Es una gracia que debemos pedir.
La gracia de la imitación de Jesús. Una imitación testimoniada por esos muchos hombres y mujeres que sufren humillaciones cada día por el bien de su familia y cierran la boca, no hablan, soportan por amor de Jesús.
Y esta es la santidad de la Iglesia, esta es alegría que da la humillación, no porque la humillación sea bonita, no, eso sería masoquismo, no: porque con esa humillación se imita a Jesús. Dos actitudes: la de la cerrazón que te lleva al odio, a la ira, a querer matar a los demás, y la de la apertura a Dios en el camino de Jesús, que te hace aceptar las humillaciones, incluso las fuertes, con esta alegría interior porque estás seguro de estar en el camino de Jesús. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 17 de abril de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
La humildad es una ley del Reino de los Cielos, una virtud que Cristo predica a lo largo de todo el Evangelio. En este pasaje de San Lucas, Cristo nos invita a dejar de pensar en nosotros mismos para poder pensar en los demás.

¿Por qué? Los que se ensalzan a sí mismos sólo piensan en sus propios intereses y en que la gente se fije en ellos y hablen de ellos. Eso se llama egoísmo, un fruto del pecado capital de la soberbia. Y un alma soberbia nunca entrará en el Reino de Dios, porque el soberbio no puede unirse a Dios.

¿Cuál es la motivación que da Jesús para la vivencia de la humildad? El amor a los demás, al prójimo. La razón es que yo, al dejar de ocupar los primeros puestos, o ceder el querer ser el más importante, estoy dejando el lugar de importancia a mi hermano o hermana. Se trata de un acto de caridad oculta, que sólo Dios ve y, ciertamente, será recompensado con creces. Esta es la actitud que Cristo nos invita a vivir hoy. A dejar a mis hermanos los mejores puestos por amor a ellos y a Dios. Cristo mismo nos dio el ejemplo, cuando lavó los pies a los discípulos, siendo que los discípulos eran los que debían lavar los pies a Cristo.

Propósito
Podemos vivir hoy la virtud de la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y dando nuestra preferencia al prójimo.

Diálogo con Cristo 
La situación del mundo y de la Iglesia reclama mi activa participación en este Año de la Fe. Es hora de ser audaz y confiar en que se puede transformar al mundo con la nueva evangelización, pero desde la humildad, no buscando ser el protagonista sino sólo un humilde discípulo y misionero de Cristo. Con tu gracia, Señor, lo puedo lograr.

viernes, 30 de octubre de 2015

«¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?»

Evangelio de hoy (Lc 14,1-6): Un sábado, Jesús fue a casa de uno de los jefes de los
fariseos para comer, ellos le estaban observando. Había allí, delante de Él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?». Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?». Y no pudieron replicar a esto.

REFLEXIÓN:

Por  Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella (Madrid, España)
«¿Es lícito curar en sábado, o no?»
Hoy fijamos nuestra atención en la punzante pregunta que Jesús hace a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» (Lc 14,3), y en la significativa anotación que hace san Lucas: «Pero ellos se callaron» (Lc 14,4).

Son muchos los episodios evangélicos en los que el Señor echa en cara a los fariseos su hipocresía. Es notable el empeño de Dios en dejarnos claro hasta qué punto le desagrada ese pecado —la falsa apariencia, el engaño vanidoso—, que se sitúa en las antípodas de aquel elogio de Cristo a Natanael: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» (Jn 1,47). Dios ama la sencillez de corazón, la ingenuidad de espíritu y, por el contrario, rechaza enérgicamente el enmarañamiento, la mirada turbia, el ánimo doble, la hipocresía.

Lo significativo de la pregunta del Señor y de la respuesta silenciosa de los fariseos es la mala conciencia que éstos, en el fondo, tenían. Delante yacía un enfermo que buscaba ser curado por Jesús. El cumplimiento de la Ley judaica —mera atención a la letra con menosprecio del espíritu— y la fatua presunción de su conducta intachable, les lleva a escandalizarse ante la actitud de Cristo que, llevado por su corazón misericordioso, no se deja atar por el formalismo de una ley, y quiere devolver la salud al que carecía de ella.

Los fariseos se dan cuenta de que su conducta hipócrita no es justificable y, por eso, callan. En este pasaje resplandece una clara lección: la necesidad de entender que la santidad es seguimiento de Cristo —hasta el enamoramiento pleno— y no frío cumplimiento legal de unos preceptos. Los mandamientos son santos porque proceden directamente de la Sabiduría infinita de Dios, pero es posible vivirlos de una manera legalista y vacía, y entonces se da la incongruencia —auténtico sarcasmo— de pretender seguir a Dios para terminar yendo detrás de nosotros mismos.

Dejemos que la encantadora sencillez de la Virgen María se imponga en nuestras vidas.

jueves, 29 de octubre de 2015

¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido

Evangelio de hoy San Lucas (13, 31-35):

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: «Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.» 
Él contestó: «ld a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que viene en nombre del Señor."»

REFLEXIÓN: PAPA FRANCISCO DESDE SANTA MARTA

"Dios solo puede amar, no condena, el amor es su debilidad y nuestra victoria: esto, en resumen, es lo que dijo el Papa Francisco en la misa de la mañana celebrada este jueves 29 de octubre en la Casa Santa Marta del Vaticano.
Nuestra victoria es el amor inexplicable de Dios
En la primera lectura, san Pablo explica que los cristianos son vencedores porque “si Dios está con nosotros, ¿Quién contra nosotros?”. Si Dios nos salva, ¿Quién nos condenará?
Parece, dijo el Papa Francisco, que “la fuerza de esta seguridad de vencedores”, este don, el cristiano “lo tenga en sus manos, como un propiedad”. Casi como si los cristianos pudieran decir de forma “triunfalista”: ¡Somos campeones!”.
Pero el sentido es otro -explicó-: nosotros somos los vencedores “no porque tengamos este don en la mano, sino por algo distinto”. Es otra cosa “la que nos hace vencer”: el hecho de que nada “podrá nunca separarnos del amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo Jesús, Nuestro Señor”.
“No es que nosotros venzamos a nuestros enemigos, sobre el pecado ¡No! Nosotros estamos tan ligados al amor de Dios, que nadie, ninguna potencia, nada nos podrá separar de este amor. Pablo ha visto, en el don, ha visto aún más, el que nos da el don: el don de la re-creación, es el don de la regeneración en Cristo Jesús. Ha visto el amor de Dios. Un amor que no se puede explicar”.
La impotencia de Dios es su incapacidad de NO amar
“Cada hombre y cada mujer -añadió el Papa- puede rechazar el don”, preferir su vanidad, su orgullo, su pecado. “Pero el don está”: “el don es el amor de Dios, un Dios que no se puede separar de nosotros. Esa es la impotencia de Dios”.
“Nosotros podemos decir: ‘Dios es poderoso, lo puede todo. Menos una cosa: separarse de su criatura. En el Evangelio, esa imagen de Jesús que llora por Jerusalén, nos hace entender algo este amor. ¡Jesús ha llorado! Llora por Jerusalén y en ese llanto está toda la impotencia de Dios: su incapacidad de no amar, de no separarse de nosotros”.
Nuestra seguridad: Dios no condena. Solo puede amar
Jesús llora por Jerusalén que mata a sus profetas, los que anuncian su salvación. Y Dios le dice a Jerusalén y a todos nosotros: “¡Cuántas veces he querido recoger a tus hijos como una clueca a sus pollitos bajo las alas y no habéis querido!”. Es una “imagen de ternura”, prosiguió el Papa en su homilía.
“¡Cuántas veces he querido haceros sentir esta ternura, este amor, como la clueca con sus pollitos y me habéis rechazado!”. Por esto, afirmó el Papa, san Pablo entiende y “puede decir que está convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni el presente, ni el futuro, ni la potencia, ni la altura, ni la profundidad, nadie nos podrá separar nunca del amor de Dios”:
“Dios no puede NO amar. Esta es nuestra seguridad. Yo puedo rechazar este amor, puedo rechazarlo como el buen ladrón hizo hasta el fin de sus días. Pero en ese momento también lo esperaba el amor. El más malo, blasfemo es amado por Dios con una ternura de Padre, de papá”, aseguró Francisco.
“Es como dice Pablo, como dice el Evangelio, como dice Jesús: ‘Como una clueca con sus polluelos’. Y Dios el poderoso, el creador, puede hacerlo todo: ¡Dios llora! Y en ese llanto de Jesús por Jerusalén, en esas lágrimas, está todo el amor de Dios. Dios llora por mí, cuando me alejo. Dios llora por cada uno de nosotros. Dios llora por los malvados, que hacen tantas cosas malas, tanto mal a la humanidad… Espera, no condena, llora ¿Por qué? Porque ama."

miércoles, 28 de octubre de 2015

"Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos!

Evangelio de hoy (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó
la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.



REFLEXIÓN:

Hoy contemplamos un día entero de la vida de Jesús. 
Una vida que tiene dos claras vertientes: la oración y la acción. Si la vida del cristiano ha de imitar la vida de Jesús, no podemos prescindir de ambas dimensiones. Todos los cristianos, incluso aquellos que se han consagrado a la vida contemplativa, hemos de dedicar unos momentos a la oración y otros a la acción, aunque varíe el tiempo que dediquemos a cada una. Hasta los monjes y las monjas de clausura dedican bastante tiempo de su jornada a un trabajo. Como contrapartida, los que somos más “seculares”, si deseamos imitar a Jesús, no deberíamos movernos en una acción desenfrenada sin ungirla con la oración. Nos enseña san Jerónimo: «Aunque el Apóstol nos mandó que oráramos siempre, (…) conviene que destinemos unas horas determinadas a este ejercicio».

¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.

Asegurada ya la oración, sólo nos queda imitarlo en la acción. En el fragmento de hoy, lo vemos “organizando la Iglesia”, es decir, escogiendo a los que serán los futuros evangelizadores, llamados a continuar su misión en el mundo. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). Después lo encontramos curando toda clase de enfermedad. «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19), nos dice el evangelista. Para que nuestra identificación con Él sea total, únicamente nos falta que también de nosotros salga una fuerza que sane a todos, lo cual sólo será posible si estamos injertados en Él, para que demos mucho fruto (cf. Jn 15,4).

DISCUSIONES DOCTRINALES A PARTIR DEL SINODO DE FAMILIA: AFIANZA TU CRITERIO

O TIENE AUTORIDAD PARA CAMBIAR LOS SACRAMENTOS

Aline Lizotte: la Iglesia Católica va «hacia una suerte de concepción protestante de la libertad de conciencia»

Aline Lizotte, canonista, doctora en filosofía y directora del Institut Karol Wojtyla de Canadá, es uno de los referentes internacionalmente reconocidos en la Iglesia Católica sobre cuestiones de ética conyugal y de sexualidad. En una entrevista concedida a Le Figaro analiza los resultados del reciente sínodo sobre la familia. Su análisis no puede ser más desolador. La Iglesia Católica se está protestantizando.
28/10/15 10:44 AM | Imprimir | Enviar
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(Le Figaro) Entrevista a Aline Lizotte:

Incluso aunque no haya tomado partido, para evitar el voto negativo de una parte de los obispos, el sínodo ha sugerido al Papa, y así se ha votado, que el asunto de la comunión de los divorciados vueltos a casar no se rija por un sí o por un no, sino mediante un «discernimiento» caso por caso, según los criterios preestablecidos por la Iglesia. ¿Supone esto una evolución notable de la teología moral católica?

Los números 84, 85 y 86 de la Relación Sinodal son como poco confusos, si no ambiguos. No se habla directamente de prohibición o permiso para la comunión, sino de encontrar las diversas formas de integración con vistas a una mejor participación en la vida comunitaria cristiana.
Entre esos diferentes modos de integración estaría la autorización para ser padrinos, enseñar el catecismo, hacer las lecturas de la Misa, en una palabra, de participar en los actos que preparan a la vida sacramental.
Pero también está la posibilidad de comulgar. Juan Pablo II no había llegado tan lejos. Aunque negando firmemente la posibilidad de participar en la comunión, él también había afirmado que los divorciados formaban parte de la comunidad cristiana –no estaban excomulgados– y que debían unirse a la oración de la Iglesia, participar en el sacrificio eucarístico y tomar parte en las obras sociales de caridad.
Ahora, el número 84 del documento final va más lejos, ya que habla de «superar» las «exclusiones» en el ámbito litúrgico, educativo, pastoral e... «institucional». Este término es vago, pero es muy importante porque puede significar cualquier cosa en la Iglesia. Por ejemplo, ¿qué impediría a un divorciado vuelto a casar convertirse en diácono?...
En cuanto al número 85, exagera una distinción capital, que ya fue claramente establecida por Juan Pablo II y que desde siempre pertenece a la teología moral. Esta distinción, expresada en la Veritatis Splendor (nos. 54-64) y en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (Ia-IIae, q.18, a.3), permite hacer una diferencia entre aquello que es «objetivo» en una decisión moral y aquello que depende de las «circunstancias». Pero el documento final concede a las circunstancias la importancia desmesurada que no tiene en el equilibrio clásico de la teología moral.

¿Se introduce así un desequilibrio?

A partir de ahora, se quiere dar mayor peso a las circunstancias. Ahora bien, la distinción clásica muestra que hay actos morales que son objetivamente graves aun cuando, efectivamente, ciertas circunstancias propias de la persona permiten disminuir la responsabilidad, e incluso anularla.
Existe pues una diferencia entre la realidad objetiva de un acto y lo que llamamos «imputabilidad» del mismo, su carga moral, si puedo expresarlo así, que recae o no sobre los hombros de quien ejecuta ese acto. Esto es lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (no. 1735). Por lo demás, Juan Pablo II ha aplicado esta distinción al discernimiento pastoral de los pastores y de los confesores respecto a la dirección espiritual de las conciencias.
Y esta distinción –aplicada al fracaso de un matrimonio y al divorcio- arroja luz sobre la culpabilidad en la conciencia moral. Porque una cosa es una separación que termina en divorcio, cuyo actor ha hecho todo por dejar a su cónyuge, abandonándolo a su soledad y con la carga de sus hijos, y otra cosa es el estado del cónyuge «en gran forma repudiado» que lo ha intentado todo para conservar su compromiso matrimonial y que se ve forzado a un estado de vida difícil o casi imposible. Un estado del cual él no tiene ninguna responsabilidad. Es una víctima.

Y sobre este punto, ¿qué responde el sínodo?

Sobre este punto, la Relatio sinodal está lejos de ser clara… ¡Es igual de ambigua!

¿Por qué?

Nos encontramos, de hecho, frente a dos actos diferentes: una cosa es no juzgarse culpable en su fuero interno, es decir en conciencia, del fracaso de su matrimonio, llegando incluso a la convicción íntima de que dicho matrimonio fue inválido; y otra cosa es con el solo apoyo de esta conciencia –aun con la ayuda de un consejero espiritual, incluso un obispo– tomar la decisión de volverse a casar. Diciéndose, en suma, yo no soy culpable –en conciencia– del fracaso de mi matrimonio, es más, tengo la convicción íntima de que mi primer matrimonio es inválido, por lo que, si me vuelvo a casar, no cometo adulterio y puedo por lo tanto comulgar.
Ahí está el fondo del problema: la condición de cometer o de no cometer un adulterio no depende únicamente de las condiciones interiores del juicio de conciencia, sino que depende de la validez o no validez del primer matrimonio.
Esto no depende únicamente del fuero interno de uno de los cónyuges, o dicho de otra manera, de su sola conciencia profunda, sino del fuero externo, ¡es decir de los criterios objetivos de la ley! Así pues, determinar la validez o invalidez de un consentimiento –en el que se funda el matrimonio– no es una cuestión de conciencia que corresponde a uno solo de los dos cónyuges. Son las dos personas las que están implicadas.
No se trata simplemente de decirse «yo siento y he pensado siempre que mi matrimonio no fue válido»… En efecto, la conciencia puede ser leal, pero también puede estar objetivamente equivocada. En este sentido, es inexacto decir, como proclama Mons. Cupich, que la conciencia es siempre inviolable.
Hablo, pues, de ambigüedad, porque los criterios que aporta el n° 85 del documento final del sínodo están enfocados justamente a ayudar a la persona, a su confesor e incluso al obispo a juzgar acerca de la rectitud y de la honestidad de su conciencia. Pero, lo lamento, estos criterios no son suficientes para resolver con certeza sobre la validez o no del primer matrimonio.

¿Cuáles son los riesgos que usted ve?

Actuar de este modo nos va a llevar a establecer una especie de sistemas de «consultorio espiritual», de coaching interno, que ayuden a las conciencias a no sentirse culpables de volverse a casar. Con ese refuerzo de la propia subjetividad, considerarán que tienen derecho a volverse a casar en buena y debida forma. No es por casualidad que Juan Pablo II, al enunciar la prohibición de la comunión de los divorciados vueltos a casar, tuvo mucho cuidado de establecer esta distinción que demuestra que «el examen de conciencia» del que habla ahora el documento final no es suficiente para evaluar la situación objetiva y la situación del cónyuge dañado.

Esta apertura, reforzada por la facilitación de los procedimientos de anulación canónica del vínculo del matrimonio decidida por el papa Francisco en septiembre pasado, ¿no contribuye a crear, en la opinión pública, la idea de que la Iglesia acaba de inventar el «divorcio católico»?

El problema al que debe enfrentarse la Iglesia católica no es el de los divorciados vueltos a casar, sino el de la credibilidad de su matrimonio; en qué forma su doctrina del matrimonio tiene todavía influencia sobre la vida de las personas y en especial sobre sus fieles… Pero, ¿de dónde viene el problema? ¿Procede del cambio social, bastante impresionante, o viene de las insuficiencias de una pastoral inadecuada? Se pensaba que la doctrina había sido establecida, pero ahora se ve que no lo estaba. En esta perspectiva, es necesario comprender que el problema de los divorciados vueltos a casar aparece como un caso prototípico, sobre el que se reflexiona como el asunto más difícil de resolver. Se ha considerado que se podía resolver por la sola vía pastoral…sin cambiar las afirmaciones doctrinales. ¡Pero esto es como la cuadratura del círculo, puesto que la pastoral deriva de la doctrina! Dicho prudentemente, es su aplicación.
Cambiar la pastoral sin cambiar la doctrina en puntos esenciales de dicha doctrina es un problema que no tiene solución. La doctrina de la Iglesia Católica es en efecto clara y firme: un matrimonio válidamente celebrado (ratum) y consumado (consumatum) es indisoluble. Agrego que la facilidad que dan las legislaciones civiles, tales como divorcio de común acuerdo, pactos, admisión de concubinato, resta fuerza al compromiso de por vida. Cuando las dificultades conyugales se multiplican, se recurre a la legislación civil para romper el matrimonio y hasta para contraer un segundo o un tercer matrimonio. Sin embargo, en cuanto a la doctrina, estos matrimonios son «nulos» para la Iglesia en el sentido jurídico y ninguno de los posteriores quiebra la validez del primer matrimonio si éste es declarado válido.
Con la apertura que emprende el sínodo acerca del juicio de conciencia, junto con la facilidad que ha puesto en vigor los Motu Proprio Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et Misericors Iesusdel 8 de septiembre de 2015 para la obtención del decreto de nulidad, nos arriesgamos a ir en la práctica no hacia un «divorcio católico», sino hacia una suerte de concepción protestante de la libertad de conciencia. Porque la conciencia, como he explicado, no puede fundarse solamente sobre lo que la persona percibe, o no percibe, acerca de la gravedad de sus actos, sino sobre criterios objetivos de la ley moral.

Hablando de esto, ¿peca la Iglesia de falta de «corazón», como ha dicho el Papa? ¿No es demasiado dura al no hablar más que de «ley»? ¿Cuál es el fundamento, dicho claramente, sobre el que la Iglesia afirma que un primer matrimonio, si es válido, y por lo tanto libremente consentido y para toda la vida, es por naturaleza indisoluble? Y ¿por qué no puede evolucionar en el asunto de la indisolubilidad del matrimonio?

La Iglesia puede evolucionar sobre cuestiones que atañen a su derecho propio. De hecho, ha evolucionado en muchos temas: reformas litúrgicas, reforma de la penitencia durante la cuaresma, reforma sobre las fiestas de precepto, reforma sobre el estado clerical, reforma sobre el ejercicio de la autoridad en la Iglesia (colegialidad), reforma de los procedimientos para las solicitudes de decreto de nulidad del matrimonio, reforma sobre los votos religiosos. A partir del Vaticano II, hemos visto precipitarse una serie de reformas que han moldeado de manera directa nuestro comportamiento exterior con respecto a Dios y a nuestras actuaciones comunitarias respecto a nuestros hermanos. Las reformas han sido tan importantes que ha sido necesario reescribir y promulgar un nuevo Derecho Canónico (1983).
Pero hay ámbitos que no pertenecen al derecho de la Iglesia. En primer lugar porque ningún Papa ha fundado ni funda la Iglesia. Es siempre Jesucristo quien construye su Iglesia. Después, porque Cristo ha dejado a la Iglesia los medios para participar en su vida, en su oración, en su misterio de salvación, medios ligados a su voluntad: son los sacramentos y su substancia sobre los cuales la Iglesia no tiene ningún poder. Siempre será necesaria el agua para bautizar; el pan y el vino para la consagración eucarística; la confesión oral de los pecados –no se puede hacer por correspondencia o por internet– para recibir el sacramento de la Reconciliación. En fin, siempre es y será necesario que el hombre deje a su padre y a su madre y se una a su mujer para que un consentimiento matrimonial tenga valor de sacramento. Esta substancia sacramental no pertenece a la Iglesia.
Así, el matrimonio que Dios ha instituido es heterosexual, monógamo, indisoluble y abierto a la vida. Estas propiedades del matrimonio, la Iglesia no las ha inventado, las ha recibido de Cristo mismo. Si bien ella puede cambiar la disciplina, por ejemplo, la edad de la primera comunión, el ministro del bautismo, las condiciones para la unción de los enfermos, no puede cambiar la substancia del sacramento. Ahora bien, la indisolubilidad forma parte esencial del sacramento del matrimonio. Y sobre este punto, la Iglesia no tiene ningún poder para cambiarlo.

Pero, ¿puede la Iglesia ignorar el sufrimiento de las personas que han vivido un fracaso? ¿No fue esto algo que se solicitó durante los veinte días del sínodo?

Para la Iglesia católica, este problema de los divorciados vueltos a casar es un problema espinoso. Se encuentra ante una estructura de pecado, es decir una situación que lleva a usar el matrimonio como si uno estuviera casado, cuando en realidad no lo está, ya que el primer matrimonio es siempre válido. Sin embargo, en la Iglesia, estas personas no son excluidas de la comunidad cristiana. Están invitadas, como todos los cristianos, a la participación en la Eucaristía del domingo. Sin embargo, no pueden comulgar. Convocadas al sacrificio de la comunión, no pueden participar en él plenamente.
Plantear la cuestión sobre los divorciados vueltos a casar consiste, pues, en reflexionar sobre el caso típico por excelencia.
Es duro decirlo, pero en el plano canónico y filosófico estas personas se han colocado voluntaria y quizá inconscientemente en una situación imposible. Hacen uso de un derecho del que carecen, puesto que están vinculadas –por su propia palabra dada sacramentalmente– a otra persona. No solo no respetan la palabra dada delante de Dios, sino que usurpan el derecho del otro, de la esposa abandonada o del marido humillado. Claro que se justifican invocando el fracaso del primer matrimonio y el éxito del segundo. ¿Por qué se les negaría el derecho de «rehacer su vida»? ¿Por qué también, si se dice que no están excluidas de la comunidad cristiana, se le negaría el derecho a la comunión? ¿Acaso no es esta comunión el signo de pertenencia a la comunidad? Si toda la comunidad está invitada a las Bodas del Cordero, ¿por qué ellos no? ¿Acaso no viven a menudo honestamente y en toda fidelidad al nuevo esposo o esposa, teniendo nuevos hijos, formando una nueva familia? ¿Por qué este endurecimiento de la pastoral que se declara ante todo fiel a una doctrina justa, pero que parece sobre todo carente de misericordia? ¡Éste es el dilema que se plantea entre lo doctrinal y lo pastoral! Pero el asunto radica en saber si este dilema es realmente un dilema doctoral frente a una pastoral inadecuada. ¿O consiste en una forma incorrecta de plantear el problema?...
Y permítaseme añadir que el hecho de haber introducido el juicio de conciencia en esta disputa no ha aclarado nada; por el contario, ha planteado mayores problemas aún. ¿Cuáles son los cristianos, los católicos, que saben verdaderamente qué es un juicio de conciencia, o que son capaces de efectuar el discurso moral que requiere, o aún, si tienen el valor para hacerlo? ¿Cuáles son los pastores con la suficiente aptitud para ayudar al cristiano a establecer este juicio de conciencia? Porque un juicio de conciencia no puede partir de su estado subjetivo, de su psiquismo, de su deseo, sino que debe siempre emanar de la ley. ¿Puede una esposa abandonada tener conciencia de que, en el fracaso de su matrimonio, ella no tiene ninguna responsabilidad? Este sería un caso raro, pero, cuando se examina la toma de decisión referente a un nuevo matrimonio, la conciencia debe plantear objetivamente la pregunta: en conciencia, yo no soy culpable del fracaso de mi primer matrimonio pero, si tal matrimonio es válido, ¿dicho fracaso me da el derecho moral de volverme a casar por lo civil?

Y, mientras tanto, la Iglesia tiene el deber, afirma el papa Francisco, de buscar un nuevo camino para poder ayudar a los divorciados y vueltos a casar en sus dificultades concretas…

La Iglesia siempre ha tenido el deber de ayudar a todos sus hijos y la obligación de no hacer más pesado el yugo que puede constituir la obediencia a los deberes de un cristiano. «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 30) dice el Señor. La misión de la Iglesia no consiste en hacerla imposible de acarrear. Este yugo es dulce y esta carga es ligera porque el Señor da la gracia para soportarlos. Pero, ¿cuáles son las dificultades verdaderas de los divorciados vueltos a casar? ¿Consisten en no comulgar? Se habla de ellos como de gentes felices que han tenido éxito en su segundo matrimonio, en tanto que el primero naufragó. Pero este matrimonio fracasado, esta mujer abandonada, este hombre vilipendiado, estos hijos lanzados de acá para allá, aquel o aquella a quien se le imputan todos los errores o toda la malevolencia, jamás podemos olvidarlos. Aun cuando hubo un divorcio y que fuese razonable la demanda de divorcio, la nueva mujer, el nuevo hombre con quien se cohabita un nuevo lecho, no encuentra ahí un verdadero lugar conyugal porque el pasado siempre está presente, pues el ser humano no lo puede borrar. Con frecuencia retorna esta queja: no he dejado de amarlo, aunque halle placer sexual con otro. Se debe encarar la rebelión y la vergüenza de los hijos. Que uno se divorcie, sí cuando es necesario, lo cual es mejor que los continuos pleitos, las violencias verbales, las mentiras repetidas. Pero que el cónyuge que toma el portante se vuelva a casar, tal cosa crea una sorda revuelta que es tabú en nuestra sociedad. Mientras mayor edad tengan los hijos, más fuerte es su rebelión. Ahora serán los hijos del divorcio. Y eso no se digiere fácilmente.
El nuevo camino no consiste, pues, en la comunión eucarística. Inclusive se corre el riesgo de acrecentar los sufrimientos, como si después de haber engañado a su esposa o a su marido, ahora se engañará a Dios. Es terrible decirlo, pero cada quien sabe, en el fondo de sí mismo, si es que uno tiene algo de fe, que a Dios no se le puede engañar. Al dar seguimiento y aconsejar a personas en numerosas situaciones de este género en el Instituto Karol Wojtyla, puedo afirmar, no con base en teorías, sino en la experiencia y sus dolorosos testimonios, que este sentimiento interior, este sensus fidei, que permanece escondido en la conciencia profunda de estos esposos rotos, es más fuerte que toda concesión jurídica, si llegare a suceder que la autorización de comulgar fuere una concesión jurídica.

Y sin embargo es el camino que Francisco parece querer abrir…

Sí, hace falta una nueva pastoral para los divorciados vueltos a casar, como igualmente hace falta una para los que viven en concubinato y solicitan el matrimonio, y lo mismo para aquellos que están casados por lo civil y que quieren «ponerse en regla». Hace falta una pastoral que haga entender que el matrimonio sacramental no es un permiso para «acostarse juntos» sin cometer pecado, sino que el sacramento del matrimonio da a los esposos una participación particular para entrar en el oculto misterio de la alianza propuesta por Dios a toda la humanidad. Misterio del que Cristo es garante al hacerse el Esposo de la Iglesia. La verdad del sacramento del matrimonio debe ser expuesta a toda persona que desea pasar de una situación irregular a una situación de gracia.
Para los divorciados vueltos a casar es aún más delicado. El sacramento del matrimonio, del primero y el único válido, está todavía vivo, no ha muerto. Las gracias de dicho sacramento existen siempre. Cómo hay que hacer para convertirlas en gracias eficaces para aceptar, por una y por la otra parte, entre el esposo ofendido y resentido, y el esposo «inválidamente» unido a un nuevo cónyuge, una verdadera reconciliación en Cristo, reconciliación siempre posible por medio de un verdadero perdón, por una nueva fidelidad al jus corporis del cónyuge abandonado. El jus corporis es, en el derecho romano, el «derecho del cuerpo» que cada cónyuge tiene sobre el cuerpo del otro. ¡Llegar a poner eso en vigor sería una verdadera pastoral del matrimonio! No puede una dejar de extrañarse de que los Padres sinodales no hayan pensado en eso.

Ellos primaron más bien la conciencia íntima para justificar esta toma de distancia de la ley moral objetiva: esto puede comprenderse así mismo. La moral de la Iglesia no estaba muy segura acerca de «lo objetivo» y no suficientemente acerca de «lo subjetivo», que constituye en verdad el santuario profundo de la persona, ¿no es así?

La conciencia íntima no es jamás una toma de distancia respecto a la ley moral objetiva. La conciencia íntima plantea dos actos, dice santo Tomás de Aquino: ella juzga o ella reprocha. Juzga acerca de la bondad moral de un acto particular, personal y singular… a la luz de la ley moral que está ahí para iluminar. Y debe juzgar a partir del derecho. Por ejemplo: tengo frío, estoy sin abrigo, y hay frente a mí una casa desalojada. ¿Cometo un robo si me la apropio para habitarla mientras puedo encontrar otro albergue? No, porque el derecho a los bienes materiales enseña la Iglesia que es prioritario sobre el derecho de propiedad y todo propietario debe asistencia a una persona en peligro. Otro ejemplo: estoy sola, sin amor, quiero un padre para mis hijos, he sido abandonada por mi primer marido. ¿Tengo derecho a volverme a casar por lo civil y a vivir matrimonialmente con este hombre a quien amo? Si el Pastor a quien se somete esta cuestión responde «sí, porque usted no es culpable del fracaso de su primer matrimonio» ello significa que este pastor no toma en cuenta la indisolubilidad del matrimonio. Esta ley de la indisolubilidad no tendría entonces vigencia más que en una especie de ideal. No valdría más que para los esposos «dichosos», los «puros». Así, cada persona que tuviera dificultades con la ley moral, tendría el derecho de infringir dicha ley. Nadie está obligado a hacer lo que es objetivamente malo para que de ahí se derive un bien «subjuntivo». Esto puede parecer duro… pero el respeto a la voluntad de Dios y de sus exigencias conlleva una dicha mayor que la de construir otra por medio de la dulcificación de sus propias leyes bajo pretexto de misericordia.

Pero, ¿no tiene la Iglesia un verdadero problema con su moral –seguida por tan pocos? Este sínodo le ofrece la posibilidad de cambiar esta cultura moral familiar para adaptarla mejor. ¿No es tiempo de hacerlo?

Un día tuve que aconsejar a una religiosa. Le pregunté cuántos hijos eran en su hogar paterno. Me respondió con una ligera sonrisa, presintiendo el sobresalto que me causaría su respuesta: «¡éramos veintidós!» Ante mi sorpresa, me dijo «sí, mi padre era ministro, y nosotros, los niños, sabíamos muy bien quién era nuestra madre. Nuestro padre se ocupaba de todos nosotros. Todas las mañanas, antes de salir para el trabajo, nos reunía para enseñarnos el catecismo, nos besaba y cada uno se iba a la escuela o a su trabajo.» Era un verdadero modelo de familia patriarcal que parecía que no funcionaba tan mal… pero yo no he visto jamás ese modelo en Occidente- Lo que veo cada vez más es un hombre o una mujer que me dicen: «tengo cinco, o hasta diez, hermanos, pero aunque tengamos la misma madre, no tenemos todos el mismo padre. Y el hombre con quien mi madre vive actualmente no es mi padre…» Esta es una familia reconstruida. Jamás he encontrado felicidad en el rostro de aquel o aquella que me habla de estas familias de nuevo género. ¿Será ésta la nueva cultura familiar? Conocí a una chica muy pequeña que le decía a su amiguita: «yo tengo suerte, porque en Navidad tengo dos papás que me dan muchos regalos.» Esto duró hasta el día en que la amiguita invitó a la chica a un fin de semana en familia, una familia en la que había un solo papá que no daba a menudo regalos pero que amaba a su esposa y a sus hijos. Y la chica que abundaba en regalos salió pensativa de aquel fin de semana. «Tú eres la que en verdad tiene suerte,» le dijo a su amiga.
Pero, yo os pregunto, ¿cuándo ha sido popular la moral de la Iglesia? ¿En qué época de la historia la gente ha estado plenamente de acuerdo con la moral de la Iglesia? ¿Acaso la Iglesia fue hecha para gustar al mundo, para ser del mundo, para pensar como el mundo? ¿Es esa su misión? Cuando leemos todo lo que se dice acerca la necesidad que debería tener la Iglesia para sincronizarse al mundo, es decir, para aceptar el aborto como un hecho normal, el divorcio como una medida para la estabilidad del amor, de la homosexualidad como una manera diferente de encontrar el placer sexual, nos damos cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol. ¡La Iglesia está aquí para ser la luz de las naciones. No está aquí para complacerlas!

Detrás de la fachada del sínodo, ¿no se ha producido de hecho una batalla de escuelas de teología moral católica que no habían tenido la oportunidad de enfrentarse hasta ahora a ese nivel?

Sí, ¡creo que ha habido eso! Y agrego que este fenómeno no es nuevo. En este sínodo dos o más teologías morales se han enfrentado, varias escuelas han disputado. Para una buena parte de los expertos, ¿cuántos han sido? ¡El problema que había que resolver no era el de los divorciados vueltos a casar, sino el de la Veritatis Splendor, la encíclica de Juan Pablo II! Es ahí donde duele. Hay diversas escuelas: la opción fundamental de Joseph Fuchs S, J., el proporcionalismo de Peter Knauer, S. J., la sistemia de Xavier Thévenot, SDB y de Edgard Morin, la escuela de Tübingen, la escuela argentina de Lucio Gera, de Rafael Tello, de Juan Carlos Scannone, S. J. se unen ¡para hacer desaparecer la Veritatis Splendor y su teología moral objetiva!
Una teología en la que se dice que «el objeto moral» es el punto de apoyo de la razón en la búsqueda de la verdad moral. Así, no se quiere una teología que afirme la existencia de una realidad moral más allá de las fluctuación de las circunstancias. Ciertamente se quiere una intención moral, se ven con buenos ojos las circunstancias que modelen su práctica, pero no se quiere una aplicación objetiva de los principios de la ley moral que tenga como meta la búsqueda honesta del bien. Esta confrontación de las ideas, este combate de los conceptos es quizá la causa de cierta confusión en el lenguaje que pone en riesgo, si hemos de creer en los debates actuales, una disminución de la fecundidad del sínodo. No sé si tengamos derecho a pensar en esa frase del Génesis «allí fue donde Yahvé confundió el habla de todos» (Gn 11, 9) ¡Una presencia paradójica del Espíritu Santo!

¿En qué cree usted que este sínodo sería un fracaso, y en qué sería un éxito?

Un sínodo no es más que una Asamblea parcial en la Iglesia, su propósito es el de aconsejar al Papa en su papel de Pastor supremo y en el gobierno de toda la Iglesia. El sínodo no es un Concilio, no posee la autoridad magistral de la Iglesia. Ni siquiera la autoridad del Papa en su magisterio ordinario. Todo depende de lo que el Papa decida. Pero se esperaba del sínodo que inaugurara para toda la Iglesia, una verdadera restauración de la Pastoral del Matrimonio y de la Familia. Era quizá un proyecto ambicioso. Quizá será necesario contentarse con los principios de una orientación. Siempre estamos con prisa y todavía no aprendemos, después de veinte siglos de Cristianismo, a dejarle un tiempo al Espíritu Santo.

Traducido por el equipo de traductores de InfoCatólica

martes, 27 de octubre de 2015

Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé?

Evangelio de hoy (Lc 13,18-21): En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el
Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo»

Oración introductoria
Señor, quiero iniciar esta oración haciendo un acto profundo de humildad. Tú eres grande, yo soy muy pequeño, pero Tú puedes hacer que mi amor crezca de modo que pueda llegar a ser parte de tu Reino.

Petición
Jesús, ayúdame a nunca apoyarme en mi propio sentir para que todo sea para la gloria de tu Reino.

Meditación del Papa Francisco
La imagen del grano de mostaza. Si bien es el más pequeño de todas las semillas está lleno de vida y crece hasta volverse 'más grande que todas las plantas de huerto'.
Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a ser parte es necesario ser pobres en el corazón; no confiarse en las propias capacidades sino en la potencia del amor de Dios; no actuar para ser importantes a los ojos de mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por simples y los humildes.
Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar a toda la masa del mundo y de la historia.

De estas dos parábolas nos viene una enseñanza importante: el Reino de Dios pide nuestra colaboración, si bien es sobretodo iniciativa y un don del Señor. Nuestra débil obra aparentemente pequeña delante de los problemas del mundo, si se inserta en la de Dios y no tiene miedo de las dificultades.
La victoria del Señor es segura, su amor hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y al optimismo a pesar de los dramas, las injusticias, y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios. (Ángelus de S.S. Francisco, 14 de junio de 2015).
Reflexión
Hay que apostar por ideales nobles en esta vida. Decidirnos a cambiar la venganza por el perdón, el egoísmo por la generosidad, el odio por el amor, la debilidad ante las dificultades por la fortaleza ante ellas. Los muchos avatares en esta vida nos impiden ver el bien que Dios tiene preparado en nuestro futuro. Cristo nos lo enseña comparando el Reino de los cielos con un grano de mostaza.

Una semilla tan insignificante por su pequeñez que seguramente un no entendido de semillas la hubiese tirado a la basura. Sin embargo, en su pequeñez se encierra su grandeza. Podríamos pensar que una minucia de ese tamaño no sirve para nada. Pero si conociésemos lo que viene después, pagaríamos lo que fuese por conseguirla. De la misma forma son los ideales por los que hay que apostar y pagar lo que sea. Al inicio no vemos el provecho personal que hay en perdonar a quien nos ofendió o prestar ayuda a quien lo necesita porque no vemos más que “una insignificante semilla de mostaza”, y lo es. Pero pensemos también que el fruto que viene después será inmensamente superior al que nosotros esperábamos.

Propósito

Sembremos estas semillas del perdón, de la alegría, de la unión, de la fortaleza entre nuestros familiares y amigos pero sobre todo en nuestro propio corazón. Son semillas que en su pequeñez se encierra su grandeza y provecho para nuestra vida.

Diálogo con Cristo 
No deja de ser asombroso cómo una porción de harina duplica o triplica su tamaño por el hecho de poner una mínima porción de levadura… Señor, gracias por ser la levadura que hace mi vida bella, abundante y emocionante, porque me das la posibilidad de colaborar en la extensión de tu Reino. Pido la intercesión de María, para ser como la levadura: discreto, sencillo, pero capaz de llenarlo todo de tu presencia y de tu amor.

lunes, 26 de octubre de 2015

«Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos

Evangelio (Lc 13,10-17): "En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una
sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios. 
Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía".

REFLEXIÓN DEL PAPA FRANCISCO:

"Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante: el cuidado espiritual. Es increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios. Es maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía.

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana".



domingo, 25 de octubre de 2015

«Vete, tu fe te ha salvado»

Evangelio de hoy (Mc 10,46-52): "En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó,
acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino".

REFLEXIÓN:

Ayer como hoy, y como mañana LA FE NOS SALVA.

El ciego esperaba, tenía la esperanza que si Jesús lo oyera El solucionaría su problema, la ausencia de luz.  Y lo llamaba con insistencia, con perseverancia, en  medio de la muchedumbre:  «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!»
Cuántas necesidades tendrían los de la muchedumbre, ¿quien no los tiene?, pero nadie gritaba como él. Nadie gritaba desde la oscuridad de su ser  «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Solo quien experimenta la necesidad, la limitación humana y la carencia puede gritar así una y otra vez. Un grito que va lleno de esperanza en medio de una oscuridad existencial.

Muchos de los que estaban allí le dijeron que se callara, como hoy. Y cómo hoy cuántos callan, creen que Jesús que está en la eucaristía no puede escucharlo, se sienten tan desanimados tal vez de años rezando y no tienen respuesta, entonces dejan de gritar. 

Pero el ciego no, a pesar del pedido de muchos que calle, a pesar que venía pidiendo sin respuesta inmediata, él insiste:  «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!»
Luego Jesús oyéndole detiene todo: Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». 
Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». 
Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús.
 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». 
El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». 
Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado».
 Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino".

¿Que tanto crees? ¿Invocas a Jesús como el ciego? 
También Jesús quiere decirte ¿que quieres que haga yo por ti?
Insistente y perseverante responde desde tu oscuridad existencial, que El tiene una respuesta para ti.
Y esa respuesta estará siempre a la medida de tu fe: El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». 
Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado».
La fe de tu problema esta en tu respuesta, en tu correspondencia a la fe. ¿crees?. ¿qué quieres que haga Jesús por ti?.

A LA LUZ DE CRISTO A MIGO
COMISIÓN DE CATEQUESIS




sábado, 24 de octubre de 2015

‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’»

Evangelio (Lc 13,1-9): En aquel tiempo, llegaron algunos que le contaron lo de los
galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».

Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».


REFLEXIÓN

Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. El evangelio nos relata hoy el rechazo que se tiene a la Hipocresía la apariencia y no encontrar esencia detrás de aquello que parece. Y lo hace con esta enseñanza de la higuera sin fruto. Dios nos conceda luchar contra toda falsía, contra toda falsedad al interior de nosotros mismos.

Si reflexionas y te miras a tí mismo, encontraras muchas cosas de las que todavía aparentamos, todavía falseamos. Es necesario volver a la verdad y a la sencillez, a la humildad del ser de lo contrario seremos separados: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’.  Cuántos años siguiendo al Maestro y atados con los mismos pecados tercamente paralizados; como el borrico atado a la estaca. La diferencia es que el Borrico no puede soltarse y obedece a la fuerza de la soga y a su amo, pero ¿tú, no estás en ese pecado por tu misma voluntad?, ¿en esa falta de fruto por tu decisión?, ¿en esa ausencia de cambios por tu comodidad?. No seas en cansancio de la Iglesia, de la Gracia que aunque abundante se deposita en todos, se deposita en ti sin frutos: tendría que separar a todos aquellos que no dan frutos.

Sin embargo la esperanza continúa alli donde termina el Evangelio de hoy:  ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’». Esta es la oración de los Santos, de los que suplican nuevas oportunidades para sus hermanos los hombres, para aquellos que todavía no fructifican por sus apariencias, porque ocupados en sus falsedades, apegados al pecado de fondo no lo quieren dejar, le dicen una y otra vez no a la gracia.

A LA LUZ DE CRISTO AMIGO
COMISION DE CATEQUESIS