miércoles, 30 de septiembre de 2015

"...el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»

Evangelio de hoy (Lc 9,57-62): "En aquel tiempo, mientras iban caminando, uno le dijo:
«Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».

REFLEXIÓN:

No había posada para cuando el Hijo de Dios nació en Belén, en un corral de animales y su cuna un comedero, lleno de pasto. Su llamado, su vocación era una entrega al sacrificio, al sufrimiento redentor y salvífico que necesita el  mundo para continuar en medio de una renovación continua de generaciones.

En esa nuevas generaciones tampoco hay espacio para Cristo redentor, se huye del sacrificio, asusta el sufrimiento, el hedonismo parece un derecho, la vanagloria es la gloria, y el menor esfuerzo como "modus vivendi" el paraíso; y así ante simples entusiasmos:"...el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

La vocación cristiana no es sino una vocación redentora sobre el propio sufrimiento y sacrificio. Una llamada radical al radicalismo mismo con que vivió el Maestro. Un fin último de vivir como el Maestro, asumiendo las contrariedades, limitaciones, carencias, dificultades cotidianas, domésticas y laborales con cristiano estoicismo, con cristiano sentido salvífico redentor. 

Esa radicalidad marca un antes y un después en la vida de cada uno, un ANTES al que se puede volver por la naturaleza inconstante del ser humano; donde ni los sentimientos aparentemente sublimes y buenos sirven para la tarea evangelizadora: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios». No es que no quiera a los suyos, sino que está llamado a un amor para todos, a la humanidad misma como suya.

El Reino de Dios es Vida en sí misma, una vida que más allá de la persona misma y del mundo sin desconectarse por la muerte y ante la que siempre estuvo de cualquier manera unida a ella; una vida cuya renovación constante llama de manera radical a quienes servirán a la causa salvifica: solo los muertos entierran a sus muertos. Los que viven en Jesús ni los que han muerto han dejado la vida. Donde la muerte forma parte de la vida y es la vida misma:  «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». En el reino de Dios lo temporal es una dimensión que da sentido a nuestro peregrinar; pero que somos parte de esa Vida cuya puerta exige radicalidad en el hoy de su historia. Se despiden como si todo acabara allí cuando su historia en los brazos del Padre recién comienza.

Dios nos conceda tener una visión salvífica del sufrimiento humano hasta llegar a decir con el Apóstol Pablo suplo en mi carne con mi sufrimiento lo que le falta a la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. Dios nos conceda entrar por la puerta de la radicalidad en nuestra vida para llegar a la vida eterna. Dios nos conceda concebir la muerte como parte de la vida.

A LA LUZ DE CRISTO AMIGO

COMISIÓN DE CATEQUESIS




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